
Me quiere... ¿no me quiere?
La pérdida de mi inocencia
¿UNA BARBIE? Sí, PERO SOLO PARA JUGAR.
De chica yo parecía un chico. ¿Por qué? Porque cuando era niña, mi hermano -once meses menor- y yo parecíamos mellizos. El álbum de fotos familiar puede dar cuenta de ello. Mi madre nunca fue seguidora de las reglas de la feminidad clásica, o de los típicos clichés de clase media limeña, debo decir. Cosa que, en repetidas pataletas adolescentes, le recriminé muchas veces. Jamás me hizo peinaditos con lazos y pocas veces recuerdo haber usado vestidos. Mi hermano y yo, teníamos el mismo corte “Cristóbal Cólón”, tan de moda en los setentas, nos vestíamos igual, de overol, zapatillas y chompas azul o marrones (sin ningún asomo a tono que pudiese ser considerado como “femenino”); además él y yo éramos los mejores compañeros de juegos de combate, carreras en chachicars, triciclos, bicicletas, caballos de mentira, e incontables y, siempre imaginarias, aventuras intergalácticas.
Cuando me hice un poco mayor y mi padre ganaba un poco más de dinero, sí tuve Barbies, jugué con ellas, y no tengo nada en contra de éstas muñequitas rubias de plástico, 90-60-90, paradas siempre de puntita (a la espera de un buen par de tacos, parece) pero yo nunca fui, ni quise ser, una.
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Quiero ser mamá
