
Sea que lo hago en una conferencia para cinco o quizá para 500 personas o que la audiencia está formada por jóvenes estudiantes, por operarios de planta o por ejecutivos de alto nivel, igual muchos se sorprenden cuando al final de mi presentación sin ningún remilgo les sugiero que le pidan a Dios que los ayude en lo que sea que quieren lograr. De hecho, muchas caras muestran su desconcierto cuando recién lo escuchan. Pero pasada la sorpresa inicial, esas mismas caras invariablemente se iluminan y aparecen muchas grandes sonrisas. El... Seguir leyendo...